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Sábados y Domingo cerrado
Sin duda, la pandemia por COVID–19 ha puesto de manifiesto, entre otros elementos de interés, la importancia de la salud mental de las personas en el trabajo. Lamentablemente, el punto de partida no era bueno. España tiene el dudoso honor de ser uno de los países de la Unión Europea en el que confluyen dos importantes factores negativos (e interrelacionados entre sí). Por un lado, presenta una muy baja ratio de psicólogos clínicos en el Sistema Público de Salud (5,14 por cada 100.000 habitantes frente a los 18 de la media de la UE), lo que, de acuerdo con el Consejo General de la Psicología, se traduce en un menor acceso a los servicios de salud mental para la población; y, por otro lado, es el país del mundo en el que se consumen más benzodiacepinas, en general prescritas por los médicos de atención primaria.
Si bien esta combinación de dificultades de acceso a los servicios públicos de salud mental y de sobremedicación es claramente preocupante, ambos factores se refieren a las intervenciones terciarias, a aquellas acciones que se ponen en marcha para tratar los trastornos y recuperar a las personas una vez los daños ya se han producido. Siendo ambos factores muy relevantes, sin embargo dicen muy poco acerca de los factores culturales, económicos, sociales y personales que contribuyen a desencadenar, a desarrollar y, con frecuencia, a consolidar los trastornos que afectan a la salud mental de las personas. En otras palabras, la salud mental no se refiere sólo, ni básicamente, al tratamiento de los trastornos, sino también y sobre todo a su prevención y a la promoción de la salud y del bienestar.
La salud mental de los trabajadores empieza a estar en la agenda de las empresas. No es realmente un tema nuevo. Desde el inicio de siglo, agencias como la Organización Mundial de la Salud (OMS), la Organización Internacional del Trabajo (OIT) o la Agencia Europea de Seguridad y Salud en el Trabajo (EU-OSHA) vienen advirtiendo a los gobiernos, instituciones y empresas que el impacto del estrés laboral y de otros riesgos psicosociales son una de las principales causas de absentismo, rotación y pérdidas de productividad en los países desarrollados. Los costes humanos y económicos para las empresas y para la sociedad en su conjunto son cuantiosos a la vista de sus informes.
En España, la Ley 31/1995, de 8 de noviembre, de Prevención de Riesgos Laborales, y todo su abundante desarrollo normativo y reglamentario en materia de seguridad y salud exige a las empresas que evalúen los riesgos que pueden afectar a sus empleados y que adopten medidas al respecto. No obstante lo anterior, hay empresas que en su momento realizaron una pobre evaluación de los riesgos psicosociales y que desde entonces rara vez la han revisado.
Con todo, probablemente el mayor problema radica en aplicar medidas preventivas efectivas en el ámbito psicosocial cuando los profesionales de la seguridad y de la salud no cuentan con indicadores actualizados y relevantes acerca del impacto de las condiciones de trabajo en el bienestar y en el desempeño de los empleados. Más allá de determinadas acciones de sensibilización y de formación en estrategias individuales de gestión del estrés y de afrontamiento, ¿cuántas empresas actúan sobre el verdadero foco de los factores estresores, es decir, sobre el diseño de los puestos de trabajo, de las tareas, las responsabilidades, las herramientas, los procesos de trabajo y de las interacciones cliente–proveedor? ¿Cuántas adoptan una perspectiva transaccional entre las necesarias exigencias laborales de los puestos actuales y los recursos sociales y organizacionales que proporcionan a sus empleados?
En este sentido, conviene señalar que aún perviven numerosos mitos y falacias acerca de la salud mental en el trabajo, algunos de los cuales están fuertemente arraigados en la visión, no sólo de empresarios y directivos, sino también de representantes de los trabajadores y de líderes sindicales. La idea de que la salud mental depende exclusivamente del individuo, de sus capacidades y competencias, es, a buen seguro, uno de esos mitos. Que la salud mental es un tema ajeno a las empresas es otra de esas ideas erróneas.
Algunos foros, como el reciente XXI Congreso de la Fundación San Prudencio de Seguridad y Salud Laboral, celebrado el pasado 10 de noviembre de 2021 en Vitoria–Gasteiz, vienen estudiando la salud psicosocial de los empleados y tratando de proponer medidas efectivas en esta línea. Sin duda, la salud mental de los empleados y, sobre todo, aquella que se ve afectada por las condiciones de trabajo, es un fenómeno complejo que requiere del análisis y de la actuación de los profesionales clínicos y sanitarios junto con la intervención de los profesionales de la seguridad y la salud y de los recursos humanos. En ocasiones, sin embargo, se echa en falta también la participación de los profesionales de la psicología del trabajo y de la psicología de la salud ocupacional. Ambas disciplinas hermanas llevan décadas haciendo sólidas aportaciones teóricas y prácticas en el ámbito del comportamiento humano en el trabajo, incluyendo con especial interés el estudio del estrés laboral y de otros factores psicosociales, como el síndrome de quemarse por el trabajo (burnout), la violencia o el acoso en el trabajo (mobbing). La formación y experiencia de sanitarios y prevencionistas en ambas disciplinas es, cuando menos, escasa.
Dado que tan importante como tratar los trastornos de la salud mental de los trabajadores es reducir drásticamente su prevalencia, sin duda el foco principal de intervención en las organizaciones debería dirigirse hacia la intervención primaria (reducir y eliminar las fuentes de estrés y los riesgos psicosociales) y la intervención secundaria (amortiguar las consecuencias negativas de los riesgos psicosociales una vez que éstos ya se han producido y antes de que persistan en el tiempo). La Psicología del Trabajo y de las Organizaciones y la Psicología de la Salud Ocupacional pueden jugar un papel diferencial para aquellas empresas que se planteen realmente promover el bienestar y la salud de sus miembros e incrementar la productividad, la competitividad y la sostenibilidad de sus organizaciones.